martes, 9 de agosto de 2016

Pueblito de Campo Santo



- ¿No te gustaría intentar? Es bastante popular.

- Sinceramente no es mío lo de las emociones fuertes.

- Es solo un juego, en realidad no pasa nada. Finalmente no puedes morir en él, aunque así lo parezca.

- Eso de devorar o ser devorado es algo que simplemente no me convence, pero qué más da. Tal vez tengas razón y resulte divertido.

El apocalipsis zombie era un juego que se había vuelto bastante popular. Había grandes espacios de ciudades abandonadas donde se podía jugar este juego. Se trataba de una especie de realidad aumentada en la que uno se iba olvidando sin darse cuenta de donde venía, para sumergirse completamente en la fantasía de cazar o ser cazado.

Había armas de alto poder, un clima de abandono total y pequeñas comunidades de cazadores y presas que se reunían para planear las mejores estrategias de supervivencia.
En un principio el juego me parecía bobo, como una especie de Gotcha en la que uno simplemente va corriendo por todas partas, disparando, tratando de hacer el mejor juego, pero sin abandonar por completo la realidad.

Sin embargo conforme ibas experimentando el peso de las armas, el dolor de las heridas. La angustia, adrenalina y miedo de los participantes ibas olvidando poco a poco quien eras, de dónde venías para convertirte en un personaje más de este juego.



Las emociones de los participantes eran demasiado “reales” los patrones en sus vibraciones eran idénticos a los que se hubieran presentado si la situación hubiera sido verdadera en lugar de un simple juego.

Al final me sumergí completamente en está fantasía, donde no solo había zombies, si no dinosaurios y demás animales que podían devorar tu cuerpo y sumergirte en el sueño de la muerte.

Recuerdo haber sentido mucho miedo al verme acorralada por un enorme animal y un grupo de zombies, mi arma no tenía más municiones, estaba lastimada y no había escapatoria. Los últimos instantes en el juego fueron bastante intensos, el miedo, la impotencia, el dolor y también el consuelo de que terminaría a los pocos segundos.

- ¿Un mundo donde devoras o eres devorado?... Ja, ja, ja … ¿Qué diferencia tiene eso con respecto al despierto?

Me ayudó a incorporarme. El cuerpo que había ocupado estaba siendo devorado. Pero no me preocupaba ni me producía la más mínima emoción. Era como haber abandonado el asiento de una atracción, uno no guarda apegos por un asiento en particular sino por la experiencia conjunta.

- Te dije que sería divertido.

Observé a mi alrededor a las personas que seguían sumergidas dentro de la fantasía.

- Confieso que me he divertido pero he tenido suficiente de esto.- dije mientras sonreía y reflexionaba sobre el miedo y el terror que había experimentado previo a ser devorada, ahora me parecía como si mis reacciones y pensamientos hubieran sido exagerados.


- Sé que te gustan los bosques y que frecuentas cabañas de madera y espacios similares. Encontré un lugar que pudiera ser interesante. Ven conmigo.

Me dijo quien había estado conmigo, pero de quien no podía distinguir una sola forma, sin embargo su presencia era demasiado fuerte casi palpable.

Guiándome por los aires, nos elevamos sobre los cerros que he descrito anteriormente, los que llevan a la casa del millonario. Sonriendo negó con la cabeza. No iríamos a ese lugar, aunque sería cercano.

Sin saber cómo ni cuándo, me encontré en la obscuridad. Era como si mi guía me hubiera abrazado y abrigado en su interior sin ser nada. Poco a poco fui sintiendo la temperatura del lugar. Era húmedo y un poco frío. Al principio todo seguía siendo obscuro pero poco a poco fui distinguiendo las siluetas de los árboles y algunos matices de color, era de noche pero habría alguna luz en lo alto que nos permitía ver algo de color.


- Más adelante hay una cañada donde hay luz, no es luz de día. Simplemente luz gris, como los cielos sin soles, pero es bastante claro y hay algo curioso que mirar allí.
Fuimos por el bosque, que parecía virgen, pues no había caminos, era siempre obscuro como una eterna noche. Nos detuvimos en un punto y cambiamos de dirección. Hasta llegar a una cañada. Había una división demasiado palpable entre el bosque de la noche y la claridad de la cañada, como si fueran dos mundos a parte que convergieran en ese punto.


Abajo en la cañada se apreciaba un claro con pasto alto, muy verde, crecían muchos pinos alrededor de una casa, que no era humilde. En ella vivía una mujer voluminosa de edad madura. Iba vestida de negro, su cabello era castaño y con mucho volumen. Estaba sollozando.
Nos acercamos para contemplarla.

Su tristeza era profunda, era amarga, era pesada. Nos enteramos que había perdido a su madre… pero eso no había sido recientemente, su madre ya tenía un tiempo de fallecida. Por alguna razón la había recordado, la amargura de su tristeza se debía a un arrepentimiento profundo que sentía, una acción, una palabra no hecha no dicha, que no le permitía superar completamente la perdida.

Mi guía permaneció contemplando más tiempo a la mujer. Yo me sentí más interesada por el lugar, por los árboles, por los detalles rústicos de madera de la fachada de la casa. Trataba de mirar si había otros caminos, si había alguno paso para llegar a otros lugares, para encontrar conexiones con otros sitios visitados, pero no encontré nada.  Era como si el bosque de la noche eterna rodeara todo lo demás y no permitiera más que contemplar ese punto.

- Vámonos. Este no era el lugar que tenía interés en que observarás. Pero había que hacer parada. Ya verás que es divertido lo que te encuentres allá.



Seguimos por el bosque de noche, algunas linternas de fuego ámbar comenzaron a indicar el camino. Había ahora un sendero delimitado por una vaya de troncos de árboles. Viajamos sobreun puente de tierra y roca que se elevaba por las barrancas.
En un principio me parecía como si viajara en mi vehículo blanco. Pero en realidad viajaba en nada y nada era yo.

Las luces comenzaron a apagarse empezaba a haber claridad en el camino, como si estuviera amaneciendo. Pero el Sol nunca salía, porque no había sol, solo una enorme superficie de nubes grises. La tierra cambio de color dividiendo, nuevamente, un lugar de otro. Era un pueblo en una pradera con varios arbustos. No había nadie, no caminaba nadie.

- Será mejor que esperemos, llegamos muy temprano, este lugar es hermoso pero solo cuando la luz se retira.

Descansamos en el límite del bosque, no hubo más pensamientos, no hubo conversaciones. Simplemente estábamos allí, lo cual me ayudo a regenerarme.
De pronto mi guía me despierta, la claridad comenzaba a desvanecerse para dar paso a la obscuridad. Cuando estuvo obscuro, un camino de veladoras se alumbro indicando todos y cada uno de los senderos del pueblo. Los arbustos florecieron de noche mostrando flores de colores como si se tratara de una ofrenda de día de muertos. La gente comienza a salir de sus casas, cargando velas. Esto se parece demasiado a la festividad de noviembre.

- ¿Estamos en un cementerio?

- Ja, ja, ja. No, aunque es muy parecido. ¿Te gusta?

- Me encanta… Siempre he querido contemplar los cementerios durante la festividad de muertos y aunque no sea un cementerio apuesto que es muy similar la sensación.


El clima era templado, aunque en un principio había obscuridad el cielo fue haciéndose un poco claro, lo que dejaba todo en semi penumbra haciendo más cálido el paisaje. Olía a flores de Cempasúchil, pero no tenía las notas de putrefacción que en el despierto, por el contrario tenía un aroma dulce tenue que acentuaba las notas de la primera inhalación. No había alimentos, solo flores y velas. La gente que salía de sus casas y platicaban en silencio, con los pensamientos.


- Ven acá- me dijo, llevándome hasta una casa decorada con farolas de papel.
Dentro de la casa estaba la mujer obesa. Seguía vestida de negro pero ya no estaba triste. Se encontraba haciendo farolas de papel, hablaba con alguien… aunque no se veía a nadie, quizá hablara con su madre.

Toco a la puerta un lechero, o eso parecía. Llevaba en un brazo una cesta de mimbre con un mantel. En ella había leche, quesos y pan. La mujer gorda salió a recibirle.
Su actitud, antes tranquila, cambio al verlo. No sabría decir si se tornó agresiva, sarcástica, eufórica… Pero tan pronto salió tomo al lechero por el cuello aplicando una llave en el brazo que llevaba libre.

- ¿Te sorprendes? – susurró en el oído al lechero la mujer gorda. – Deberías saber que yo soy libre de hacer lo que se me dé la gana. ¿Sabes por qué? Uno, porque mi madre está muerta. Dos, y más importante, porque…- y dijo algo aún más bajo, algo que solo el lechero podía escuchar.

La acción que siguió por parte de la mujer obesa, seguramente no correspondía con las palabras dichas en secreto al lechero, pues este dejo caer la cesta con las viandas sin intención de levantarlas. Lo que sea que le hubiera dicho era contrario a la acción realizada. Pero de ello no me interese por mucho tiempo, pues deseaba contemplar más el campo.