Monseñor del Pantano
Caminó por el pantano, seguida de los lugareños. El agua turbia les llegaba hasta las rodillas, continuaban en peregrinación sin perder de vista a la mujer.
Ella señaló un punto en el pantano donde el agua parecía bastante profunda. Se veía a su esposo nadando desnudo, llevaba en la boca una rama con frutos. De pronto, con fuerte impulso sale el hombre para alcanzar unas ramas altas de las que pendían frutos similares a los que llevaba en boca.
De su flácido vientre escurrían gotas de pantano deslizándose hasta las caderas donde nacía una monstruosa cola de pez que contrastaba en su delgadez con la complexión de aquel hombre. Giró su cabeza y al percatarse de su público, tomó la rama que llevaba en la boca y la agitó en señal de saludo.
Todo estaba perdido, la mujer tomo su delantal y lo estrujo en sus manos con los ojos llorosos. Ese día morirían en la hoguera.
** - **
Tiempo después aquel pantano murió, conquistado por el hombre ofrecía ahora un paisaje pueblerino, conservaba aún en sus alrededores bosques y agua.
A la entrada del pueblo se apreciaba un enorme arco con un escudo en plata en el que se describía a un hombre gordo con cola de pez sosteniendo una rama. Aparentemente aquella figura hacía las veces de un dios menor y era venerado por los habitantes del lugar.
El lugar era tranquilo, a pesar de que el pantano había muerto, el ambiente era cálido y agradable. Quizás el pantano no hubiera muerto del todo, tal vez habría esperado todo esto para transformarse, para poder observar y deleitarse con las nuevas criaturas que morarían en él.
Un hombre de piel morena, barba espesa y cabellos negros, residía en este lugar. Vestía con túnicas rojas con detalles en oro. Rondaba los 40 años y no se le conocía pareja ni hijos. Sin embargo era una persona respetada y venerada en el lugar.
Vivía de manera holgada, prestaba guía espiritual a las personas del lugar.
Fue así que una mañana de primavera llegó a su puerta un infante envuelto en sábanas.
No había nota ni rastro de la madre. El hombre se dedicó a cuidar del infante mientras buscaba información sobre el paradero de la madre. Así como de los sucesos que hubieran ocurrido aquella noche en la que seguramente fue abandonado.
- Monseñor el infante que lleva en brazos no parece ser un infante común. Observe con cuidado- dijo un joven señalando hacía el escudo de plata con el hombre gordo con cola de pez.
El Monseñor lo miró detenidamente.
- Tienes razón. Debe ser una señal de la buena fortuna, quién me envía a este niño para que cuide de él. Él traerá prosperidad a nuestras tierras.
Así fue como aquel hombre decidió hacerse cargo del infante. En las semanas que discurrieron una extraña calma se cernió en el lugar. La tranquilidad del lugar era alegre pero discreta. Un secreto oculto que reconfortaba los corazones.
Un día Monseñor salía para revisar un pendiente. Había dejado al infante dormido en la cuna y no tardaría.
A la salida un viejo se acercó y le dijo – Monseñor, no puede abandonar al niño. No debe perderle de vista ni un solo instante.
- ¿A que se refiere venerable señor? Le he dejado dormido y la criada está en los jardines donde le puede escuchar fácilmente si llora.
- Monseñor, los ojos que ahora miran al niño, son ojos que no descansan. No se ha percatado de como hoy ha invitado a otro huésped.
- ¿Otro huésped? ¿Dónde?
El anciano señalo la puerta de la casa de Monseñor, sentado se encontraba un niño que rondaría los 11 años. Su piel era blanca con algunos toques azulosos, como si se tratara de una carta que ha sido sumergida en agua y al salir la tinta ha dejado manchada la superficie del papel. Su cabello caía lacio y enredado hasta los hombros, tenía algunos destellos rubios, pero presentaba la misma apariencia sucia de su rostro.
- Monseñor, eso que ve allí no es un niño, sino un espíritu maligno que ha venido a devorar al infante. Tan pronto pierda de vista a este ser, él le devorará.
Monseñor regresó presuroso a la casa, subió hasta donde dormía el infante y le encontró seguro.
Subiendo lentamente, el niño de la entrada le alcanzaba. Estaba sereno, su rostro no reflejaba ningún rasgo que pudiera ser maligno. Más bien daba la apariencia de que este niño se encontraba también perdido.
El hombre estuvo a punto de correr con insultos al espíritu maligno que ahora invadía su hogar. Pero no pudo hacerlo, las palabras eran inútiles para un ser que no es. Además aquel niño no le inspiraba ningún temor o desconfianza. Se podría decir que incluso sentía cierta simpatía por el muchacho.
Monseñor pidió a la mucama preparar el almuerzo para dos personas. No se separó ni un instante del infante y mientas sus pensamientos se concentraban completamente en el cuidado de este crío, el otro parecía desaparecer.
Una vez puesto el comedor. El niño del rostro deslavado se presentó y ocupó un lugar, pero no pronunció palabra.
Monseñor tomo al infante en brazos y comenzó a alimentarle. El nene comenzó a reir y a moverse como si en lugar de ofrecerle alimento le ofrecieran jugar.
El hombre no podía quitar la vista del niño de cabello largo. Quería hacerle tantas preguntas, pero al mirarlo, las palabras se detenían. Contemplarlo era contemplar un vacío que no tiene significado, era buscar palabras donde solo había silencio.
Guardó silencio y continúo alimentando al que tenía en brazos. A pesar del silencio que imperaba no se sentía incómodo o amenazado.
- Sé que éste que contemplo no es un niño. Me dijeron que ha venido a devorar a mi protegido. Sin embargo no me parece posible que tal cosa pueda llevarse a cabo por el inocente con quien comparto la mesa- Pensó.
- … Es posible…-
- ¿Pero por qué? ¿De verdad bastará un simple descuido para que la buena fortuna se aparte y se convierta en tragedia?
- Un solo descuido y devoraré a ese bebé, porque es lo que me han enviado a hacer.
El hombre saltó de la mesa sin soltar al niño. No había habido ningún sonido, sin embargo había tenido una conversación mental con su invitado.
- ¿Qué has dicho?- replicó en voz alta
Pero el niño no se movió ni se inmuto.
- ¿Habré imaginado solamente el dialogo anterior?- pensó en voz alta, con esperanza de que el niño contestará a través de su pensamiento. Pero no hubo palabras.
Miró al infante, quiso acercarse para mirarlo con detalle, pero cuanto más se acercaba más etéreo parecía. Solo se le podía apreciar bien a cierta distancia. Con la mirada preguntó si en verdad era un espíritu maligno. El rostro del infante permanecía inexpresivo. Sin embargo al hombre le pareció entender un “Es verdad, pero mientras mantengas un ojo vigilante no podré completar mi misión” en una mirada sin expresión.
Monseñor se inquietaba, no había hablado con ningún ser de esta manera, no estaba seguro si simplemente se contestaba a sí mismo, si imaginaba lo que deseaba saber o si verdaderamente había un dialogo sin palabras entre ellos.
Pasaron algunos días. La noticia del espíritu amenazante en casa de Monseñor ya se había disipado y la gente tratada de ayudarle con rituales para alejarlo. Sin embargo aquel niño permanecía allí. Mientras Monseñor se mantuviera alerta no debería de preocuparle la advertencia del anciano.
Fue así, que mientras la gente investigaba. Monseñor se dedicó a convivir en paz con su visitante. Algunos días parecía que aquel espíritu solo era una impresión de su mente y que en realidad jamás había existido.
Otras podía pasar todo el día a su lado, siguiéndolo a donde fuera. Pero Monseñor nunca se sintió amenazado. Podría decirse que incluso llegó a sentir cariño por él. Comenzó a hacerse a la idea de que no solo habría llegado uno sino dos herederos a su vida.
Las cosas se fueron tranquilizando un poco en el lugar. Un grupo de jóvenes habían emprendido un viaje para buscar unas grutas donde se decía que habrían de encontrar un tesoro que podría alejar al ave de mal agüero, pues habían descubierto que lo que anteriormente fuera el pantano ocultaba en sus aguas más profundas una serie de cavernas de las que se decía residían reliquias poderosas
.
Monseñor pasaba los días en tranquilidad, y llegó a preguntarse si podría ser verdad que ese niño pudiera devorar al otro. Como siempre no recibía ningún tipo de respuesta. Pero le parecía adivinar que aquel ser, tan solo era un espíritu solitario que deseaba un poco de compañía.
Fue así que Monseñor quiso poner una prueba. Dejo al infante dormido. Pidió a la mucama ir por algunos enseres al zoco. Monseñor se dirigió a los jardines un momento. No había rastro del visitante. Estaba tranquilo. Pocos minutos más tarde, comenzó a sentirse inquieto. Así que con cautela fue hasta los aposentos del infante.
Al asomarse por la puerta, encontró al visitante. En esta ocasión no parecía como si su piel estuviera deslavada, más bien daba la apariencia de ceniza. Las cuencas de sus ojos estaban vacías, en lugar de piernas salían varias serpientes de su abdomen.
Iba sigiloso, se acercó hasta la cuna, abriendo su boca de la que se veían innumerables colmillos.
Monseñor asustado, arrojo un florero hacia la criatura, levanto su crucifijo de oro y comenzó a orar.
El monstruo se había deslizado hacia las sombras desapareciendo. El crío lloraba.
Monseñor no consiguió conciliar el sueño en los siguientes días, y el visitante no había vuelto a aparecer.
Fue a buscar al anciano que le había advertido sobre el peligro para buscar una manera de librarse de esa aberración.
-Monseñor, mi nieto ha partido ya en busca de un sagrado manto de terciopelo rojo, cuyas cuerdas podrán apaciguar al demonio que te acosa y acosa la buena fortuna de este lugar. Pero debes dejarle muy claro a este ser, que no permitirás daño alguno, cuando hayan regresado con la reliquia deberás enfrentar al demonio para que abandoné la forma del inocente y puedas aprisionarle.
En la casa de Monseñor, ya no había habido paz. Monseñor no descansaba ni perdía de vista al crío. El visitante volvía a adoptar la forma de aquel niño un poco triste y solo, pero en su mirada podía notar la impaciencia por no poder cumplir con la sombría misión.
Fue un día que regresaron los jóvenes con Monseñor y le entregaron un hermoso manto de terciopelo en cuyo interior se encontraban las cuerdas de oro.
Monseñor fue a enfrentar al demonio, comenzó a incitarlo con rezos y a amenazarlo. En ocasiones abandonaba al niño para tentar a la bestia, pero Monseñor no iba solo. Todo el pueblo se había dispuesto a cazar a este espíritu, aunque solo correspondía a Monseñor someterlo con las cuerdas de oro.
El demonio acorralado cambio de forma. En esta ocasión tomo la forma de un hombre adulto, de piel grisácea, extremadamente delgado y alto. Arremetió contra los aldeanos. Pero estos vieron en este demonio todas las atrocidades cometidas contra inocentes y se enfurecieron.
Son darle tregua lo llevaron hasta un lugar que habían preparado para someterlo. Una vez allí, solo a Monseñor correspondía doblegar con las cuerdas.
La batalla fue extenuante, pero el demonio se encontraba debilitado y acorralado. Haciendo acopio de todas sus fuerzas Monseñor sometió al demonio quien quedó inmovilizado sobre su regazo.
- ¿Por qué me haces esto?- suplicó el espíritu en palabras humanas. Tomando la primera forma de su visita, suavizando su voz implorando a Monseñor.
- Has venido a comerte al infante que traerá fortuna a nuestra gente, no es posible que te permita otro destino que este. Además todos han visto los pecados que has cometido.
El demonio dejo caer tiernas lágrimas a los pies de Monseñor.
- Pero yo no he cometido nunca pecado alguno. Vine hasta a ti porque te encontré hermoso y he querido ayudarte librándote del mal. Pero ahora has volteado a toda la gente en mi contra y me tienes indefenso a tu merced.´
El demonio tenía nuevamente la forma de un niño, pero mostraba ahora aún más fragilidad. Monseñor se compadeció, pues ahora podía ver realmente a un niño vulnerable. Recordó cuando a este también le había considerado su hijo, aunque fuera solo por un breve lapso. El hombre comenzó a acariciar los cabellos del niño para tratar de consolarlo pues no salían de su boca palabras.
- Déjame ir, no me puedes tener así-
- Pero si te dejo ir arrematarás contra mi protegido.
- Sí lo haré pero de igual forma debes dejarme ir. No debes tenerme así.
Monseñor encontró cínica la petición de este demonio, por lo que se disponía a cubrirlo con el manto para que éste entrara en sopor y no pudiera hacer más daño.
- Si he de devorarlo es en tu beneficio. ¿Acaso estando en tu casa has sentido alguna amenaza de mi parte? ¿Cómo te explicas que el daño nunca fuera para ti? No has pensado que el verdadero demonio aquí no soy yo si no aquel a quien proteges…
Monseñor no le permitió terminar, cubrió al demonio con el manto. El cual dejo de moverse y éste se redujo a su mínima expresión.
Envolvió el manto y reforzó con lo que sobraba de cuerda. Entrego a los jóvenes el manto con el espíritu encerrado para que se deshicieran de él. Enterrándolo en la más profunda caverna donde nadie pudiera dar con él.
Regreso a su casa. Descanso en la mecedora, arrullando a su protegido. Mientras miraba el rostro del crío le parecía notar cada vez con mayor certeza que ese que estaba en sus brazos, no era del todo humano ni del todo indefenso… ¿Sería que el verdadero peligro radicaba en lo que protegía?
Ella señaló un punto en el pantano donde el agua parecía bastante profunda. Se veía a su esposo nadando desnudo, llevaba en la boca una rama con frutos. De pronto, con fuerte impulso sale el hombre para alcanzar unas ramas altas de las que pendían frutos similares a los que llevaba en boca.
De su flácido vientre escurrían gotas de pantano deslizándose hasta las caderas donde nacía una monstruosa cola de pez que contrastaba en su delgadez con la complexión de aquel hombre. Giró su cabeza y al percatarse de su público, tomó la rama que llevaba en la boca y la agitó en señal de saludo.
Todo estaba perdido, la mujer tomo su delantal y lo estrujo en sus manos con los ojos llorosos. Ese día morirían en la hoguera.
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Tiempo después aquel pantano murió, conquistado por el hombre ofrecía ahora un paisaje pueblerino, conservaba aún en sus alrededores bosques y agua.
A la entrada del pueblo se apreciaba un enorme arco con un escudo en plata en el que se describía a un hombre gordo con cola de pez sosteniendo una rama. Aparentemente aquella figura hacía las veces de un dios menor y era venerado por los habitantes del lugar.
El lugar era tranquilo, a pesar de que el pantano había muerto, el ambiente era cálido y agradable. Quizás el pantano no hubiera muerto del todo, tal vez habría esperado todo esto para transformarse, para poder observar y deleitarse con las nuevas criaturas que morarían en él.
Un hombre de piel morena, barba espesa y cabellos negros, residía en este lugar. Vestía con túnicas rojas con detalles en oro. Rondaba los 40 años y no se le conocía pareja ni hijos. Sin embargo era una persona respetada y venerada en el lugar.
Vivía de manera holgada, prestaba guía espiritual a las personas del lugar.
Fue así que una mañana de primavera llegó a su puerta un infante envuelto en sábanas.
No había nota ni rastro de la madre. El hombre se dedicó a cuidar del infante mientras buscaba información sobre el paradero de la madre. Así como de los sucesos que hubieran ocurrido aquella noche en la que seguramente fue abandonado.
- Monseñor el infante que lleva en brazos no parece ser un infante común. Observe con cuidado- dijo un joven señalando hacía el escudo de plata con el hombre gordo con cola de pez.
El Monseñor lo miró detenidamente.
- Tienes razón. Debe ser una señal de la buena fortuna, quién me envía a este niño para que cuide de él. Él traerá prosperidad a nuestras tierras.
Así fue como aquel hombre decidió hacerse cargo del infante. En las semanas que discurrieron una extraña calma se cernió en el lugar. La tranquilidad del lugar era alegre pero discreta. Un secreto oculto que reconfortaba los corazones.
Un día Monseñor salía para revisar un pendiente. Había dejado al infante dormido en la cuna y no tardaría.
A la salida un viejo se acercó y le dijo – Monseñor, no puede abandonar al niño. No debe perderle de vista ni un solo instante.
- ¿A que se refiere venerable señor? Le he dejado dormido y la criada está en los jardines donde le puede escuchar fácilmente si llora.
- Monseñor, los ojos que ahora miran al niño, son ojos que no descansan. No se ha percatado de como hoy ha invitado a otro huésped.
- ¿Otro huésped? ¿Dónde?
El anciano señalo la puerta de la casa de Monseñor, sentado se encontraba un niño que rondaría los 11 años. Su piel era blanca con algunos toques azulosos, como si se tratara de una carta que ha sido sumergida en agua y al salir la tinta ha dejado manchada la superficie del papel. Su cabello caía lacio y enredado hasta los hombros, tenía algunos destellos rubios, pero presentaba la misma apariencia sucia de su rostro.
- Monseñor, eso que ve allí no es un niño, sino un espíritu maligno que ha venido a devorar al infante. Tan pronto pierda de vista a este ser, él le devorará.
Monseñor regresó presuroso a la casa, subió hasta donde dormía el infante y le encontró seguro.
Subiendo lentamente, el niño de la entrada le alcanzaba. Estaba sereno, su rostro no reflejaba ningún rasgo que pudiera ser maligno. Más bien daba la apariencia de que este niño se encontraba también perdido.
El hombre estuvo a punto de correr con insultos al espíritu maligno que ahora invadía su hogar. Pero no pudo hacerlo, las palabras eran inútiles para un ser que no es. Además aquel niño no le inspiraba ningún temor o desconfianza. Se podría decir que incluso sentía cierta simpatía por el muchacho.
Monseñor pidió a la mucama preparar el almuerzo para dos personas. No se separó ni un instante del infante y mientas sus pensamientos se concentraban completamente en el cuidado de este crío, el otro parecía desaparecer.
Una vez puesto el comedor. El niño del rostro deslavado se presentó y ocupó un lugar, pero no pronunció palabra.
Monseñor tomo al infante en brazos y comenzó a alimentarle. El nene comenzó a reir y a moverse como si en lugar de ofrecerle alimento le ofrecieran jugar.
El hombre no podía quitar la vista del niño de cabello largo. Quería hacerle tantas preguntas, pero al mirarlo, las palabras se detenían. Contemplarlo era contemplar un vacío que no tiene significado, era buscar palabras donde solo había silencio.
Guardó silencio y continúo alimentando al que tenía en brazos. A pesar del silencio que imperaba no se sentía incómodo o amenazado.
- Sé que éste que contemplo no es un niño. Me dijeron que ha venido a devorar a mi protegido. Sin embargo no me parece posible que tal cosa pueda llevarse a cabo por el inocente con quien comparto la mesa- Pensó.
- … Es posible…-
- ¿Pero por qué? ¿De verdad bastará un simple descuido para que la buena fortuna se aparte y se convierta en tragedia?
- Un solo descuido y devoraré a ese bebé, porque es lo que me han enviado a hacer.
El hombre saltó de la mesa sin soltar al niño. No había habido ningún sonido, sin embargo había tenido una conversación mental con su invitado.
- ¿Qué has dicho?- replicó en voz alta
Pero el niño no se movió ni se inmuto.
- ¿Habré imaginado solamente el dialogo anterior?- pensó en voz alta, con esperanza de que el niño contestará a través de su pensamiento. Pero no hubo palabras.
Miró al infante, quiso acercarse para mirarlo con detalle, pero cuanto más se acercaba más etéreo parecía. Solo se le podía apreciar bien a cierta distancia. Con la mirada preguntó si en verdad era un espíritu maligno. El rostro del infante permanecía inexpresivo. Sin embargo al hombre le pareció entender un “Es verdad, pero mientras mantengas un ojo vigilante no podré completar mi misión” en una mirada sin expresión.
Monseñor se inquietaba, no había hablado con ningún ser de esta manera, no estaba seguro si simplemente se contestaba a sí mismo, si imaginaba lo que deseaba saber o si verdaderamente había un dialogo sin palabras entre ellos.
Pasaron algunos días. La noticia del espíritu amenazante en casa de Monseñor ya se había disipado y la gente tratada de ayudarle con rituales para alejarlo. Sin embargo aquel niño permanecía allí. Mientras Monseñor se mantuviera alerta no debería de preocuparle la advertencia del anciano.
Fue así, que mientras la gente investigaba. Monseñor se dedicó a convivir en paz con su visitante. Algunos días parecía que aquel espíritu solo era una impresión de su mente y que en realidad jamás había existido.
Otras podía pasar todo el día a su lado, siguiéndolo a donde fuera. Pero Monseñor nunca se sintió amenazado. Podría decirse que incluso llegó a sentir cariño por él. Comenzó a hacerse a la idea de que no solo habría llegado uno sino dos herederos a su vida.
Las cosas se fueron tranquilizando un poco en el lugar. Un grupo de jóvenes habían emprendido un viaje para buscar unas grutas donde se decía que habrían de encontrar un tesoro que podría alejar al ave de mal agüero, pues habían descubierto que lo que anteriormente fuera el pantano ocultaba en sus aguas más profundas una serie de cavernas de las que se decía residían reliquias poderosas
.
Monseñor pasaba los días en tranquilidad, y llegó a preguntarse si podría ser verdad que ese niño pudiera devorar al otro. Como siempre no recibía ningún tipo de respuesta. Pero le parecía adivinar que aquel ser, tan solo era un espíritu solitario que deseaba un poco de compañía.
Fue así que Monseñor quiso poner una prueba. Dejo al infante dormido. Pidió a la mucama ir por algunos enseres al zoco. Monseñor se dirigió a los jardines un momento. No había rastro del visitante. Estaba tranquilo. Pocos minutos más tarde, comenzó a sentirse inquieto. Así que con cautela fue hasta los aposentos del infante.
Al asomarse por la puerta, encontró al visitante. En esta ocasión no parecía como si su piel estuviera deslavada, más bien daba la apariencia de ceniza. Las cuencas de sus ojos estaban vacías, en lugar de piernas salían varias serpientes de su abdomen.
Iba sigiloso, se acercó hasta la cuna, abriendo su boca de la que se veían innumerables colmillos.
Monseñor asustado, arrojo un florero hacia la criatura, levanto su crucifijo de oro y comenzó a orar.
El monstruo se había deslizado hacia las sombras desapareciendo. El crío lloraba.
Monseñor no consiguió conciliar el sueño en los siguientes días, y el visitante no había vuelto a aparecer.
Fue a buscar al anciano que le había advertido sobre el peligro para buscar una manera de librarse de esa aberración.
-Monseñor, mi nieto ha partido ya en busca de un sagrado manto de terciopelo rojo, cuyas cuerdas podrán apaciguar al demonio que te acosa y acosa la buena fortuna de este lugar. Pero debes dejarle muy claro a este ser, que no permitirás daño alguno, cuando hayan regresado con la reliquia deberás enfrentar al demonio para que abandoné la forma del inocente y puedas aprisionarle.
En la casa de Monseñor, ya no había habido paz. Monseñor no descansaba ni perdía de vista al crío. El visitante volvía a adoptar la forma de aquel niño un poco triste y solo, pero en su mirada podía notar la impaciencia por no poder cumplir con la sombría misión.
Fue un día que regresaron los jóvenes con Monseñor y le entregaron un hermoso manto de terciopelo en cuyo interior se encontraban las cuerdas de oro.
Monseñor fue a enfrentar al demonio, comenzó a incitarlo con rezos y a amenazarlo. En ocasiones abandonaba al niño para tentar a la bestia, pero Monseñor no iba solo. Todo el pueblo se había dispuesto a cazar a este espíritu, aunque solo correspondía a Monseñor someterlo con las cuerdas de oro.
El demonio acorralado cambio de forma. En esta ocasión tomo la forma de un hombre adulto, de piel grisácea, extremadamente delgado y alto. Arremetió contra los aldeanos. Pero estos vieron en este demonio todas las atrocidades cometidas contra inocentes y se enfurecieron.
Son darle tregua lo llevaron hasta un lugar que habían preparado para someterlo. Una vez allí, solo a Monseñor correspondía doblegar con las cuerdas.
La batalla fue extenuante, pero el demonio se encontraba debilitado y acorralado. Haciendo acopio de todas sus fuerzas Monseñor sometió al demonio quien quedó inmovilizado sobre su regazo.
- ¿Por qué me haces esto?- suplicó el espíritu en palabras humanas. Tomando la primera forma de su visita, suavizando su voz implorando a Monseñor.
- Has venido a comerte al infante que traerá fortuna a nuestra gente, no es posible que te permita otro destino que este. Además todos han visto los pecados que has cometido.
El demonio dejo caer tiernas lágrimas a los pies de Monseñor.
- Pero yo no he cometido nunca pecado alguno. Vine hasta a ti porque te encontré hermoso y he querido ayudarte librándote del mal. Pero ahora has volteado a toda la gente en mi contra y me tienes indefenso a tu merced.´
El demonio tenía nuevamente la forma de un niño, pero mostraba ahora aún más fragilidad. Monseñor se compadeció, pues ahora podía ver realmente a un niño vulnerable. Recordó cuando a este también le había considerado su hijo, aunque fuera solo por un breve lapso. El hombre comenzó a acariciar los cabellos del niño para tratar de consolarlo pues no salían de su boca palabras.
- Déjame ir, no me puedes tener así-
- Pero si te dejo ir arrematarás contra mi protegido.
- Sí lo haré pero de igual forma debes dejarme ir. No debes tenerme así.
Monseñor encontró cínica la petición de este demonio, por lo que se disponía a cubrirlo con el manto para que éste entrara en sopor y no pudiera hacer más daño.
- Si he de devorarlo es en tu beneficio. ¿Acaso estando en tu casa has sentido alguna amenaza de mi parte? ¿Cómo te explicas que el daño nunca fuera para ti? No has pensado que el verdadero demonio aquí no soy yo si no aquel a quien proteges…
Monseñor no le permitió terminar, cubrió al demonio con el manto. El cual dejo de moverse y éste se redujo a su mínima expresión.
Envolvió el manto y reforzó con lo que sobraba de cuerda. Entrego a los jóvenes el manto con el espíritu encerrado para que se deshicieran de él. Enterrándolo en la más profunda caverna donde nadie pudiera dar con él.
Regreso a su casa. Descanso en la mecedora, arrullando a su protegido. Mientras miraba el rostro del crío le parecía notar cada vez con mayor certeza que ese que estaba en sus brazos, no era del todo humano ni del todo indefenso… ¿Sería que el verdadero peligro radicaba en lo que protegía?