jueves, 28 de enero de 2016

LA FAMILIA DEL MILLONARIO

La familia del Millonario




Nuevamente un lugar, que ya había estado anteriormente.

Pero el cuál no había explorado. 

La ocasión anterior se habló de dos cerros, que subían por una carretera y de allí llevaban a calles de terracería, dando vuelta a la derecha y bajando por el cerro se llegaba hasta una descuidada iglesia de pueblo. Esas indicaciones no me parecieron atrayentes, aunque si había sentido curiosidad por explorar dichos cerros, pero no fueron lo suficientemente llamativos.


Nos habíamos reunido un grupo de personas. Aproximadamente unas diéz, no las conocía, pero entendía que estábamos haciendo una especie de visita guiada.

Justamente hacia los cerros, de lo que decían se convertiría pronto en zonas habitacionales, por lo que había que disfrutar de una de las bellezas naturales que pronto se extinguiría ante el avance de las ciudades aledañas.

Los cerros estaban cubiertos de luz y bañados de las sombras del follaje, parecía ser primavera, pues había flores y todo reverdecía.



Nos llevaron hasta un lugar donde había unas ruinas. No eran ancestrales ni mucho menos, simplemente una especie de obra negra de lo que iba a ser o sería una residencia.
Nos detuvimos allí y nos dejaron explorar, la tarea era pintar o diagramar como es que sería el lugar.



Yo me dediqué a observar como crecían los pastos sobre algunas lozas, y a disfrutar del frescor y del vaivén de las luces y sombras. Algunos se pusieron a diagramar en sus tabletas, la estructura que debería tener la construcción, mientras que otros se pusieron a analizar el tipo de personas para los que habría sido creada la base del lugar.

Después de un rato me volví a reunir con el grupo, sinceramente no recuerdo sus rostros, pero casi todos eran adultos maduros. Un hombre que llevaba una tableta bastante grande, me mostraba los planos del lugar de cómo quedaría la obra terminada.

Él comentaba que probablemente no fuera una obra reciente ya que había muchos vestigios que indicarían se trataría de alguna especie de templo antiguo. Mencionó que le llamaban la atención estructuras de columnas corintias.

Lo que dio pie a un debate sobre esto, ya que una mujer, que estaba escuchando, comentaba que podía ser simplemente una aplicación actual para dar una imagen de status, elegancia y linaje dentro de una construcción moderna. Ya que las columnas no eran de materiales antiguos ni tenían el tamaño apropiado, por el contrario los radios de los vestigios indicaban que no se elevaban muy altos como en los templos griegos que mencionaba el hombre.

Era muy interesante escuchar todo esto, pero no tanto por los datos arquitectónicos que intercambiaban, sino por la seguridad y tranquilidad con que cada uno defendía su teoría.
Fui a ver que hacían las demás personas y una que me llamó la atención fue, un muchacho, tendría veintitantos que se encontraba esculpiendo en arcilla.

-        -  ¿Qué haces?

-        -  Estoy esculpiendo, como serían las personas iban o van a vivir aquí.

-          - ¿Pero cómo puedes saber eso?

-      - Es simple, he encontrado vestigios de esculturas, algunas son de figuras humanas con cuerpos atléticos. Las personas que habitarían este lugar, serían adineradas, banales y frívolas. Deduzco que es una vivienda familiar, la figura dominante, como es de esperarse, es la del jefe de familia.





-        -   ¿Es a él a quién esculpes?

-      -  Así es. Si te fijas estoy haciendo una figura muy fuerte, él es delgado y bastante alto. Pertenece a todas las épocas. En la época actual seguramente sería caucásico, de ojos claros, estructura ósea gruesa, pero dentro de lo atlético.
Que curiosas e interesantes eran las teorías de las personas, yo no me había detenido a pensar en una propia, salvo que el lugar me agradaba tal como era, medio domesticado, medio salvaje.

Ese “día” terminó y me encontraba vagando nuevamente, por los lugares que me son familiares en el despierto. Pero que están un poco lejos.


Iba acompañada de una persona por la que sentía un vínculo afectivo fuerte. No pude leer su frecuencia energética, para saber quién era. Desistí de indagar, su presencia me era agradable y querida, eso bastaba.

No podía verle, ni escuchar su voz, pero íbamos juntos y hablábamos con el pensamiento. La persona tampoco podía verme, pero sabía que iba a su lado. Como si estuviéramos lejos pero juntos.

Nuestros pensamientos se juntaron y comprendí dónde había estado, por lo que deseó ir al lugar.

Su densidad era mayor que la mía, su presencia pesaba más “físicamente” que la mía.
Llegamos a los cerros, tomamos él que estaba a la izquierda y comenzamos a subir. Se había tornado mucho más alto que en la visita anterior, en su base y hasta media altura ya había casas y senderos, conformé subíamos se iba despoblando de árboles e iba cubriéndose de nieve.

Sentí peligro, más adelante, cerca de unos árboles secos había una gran mancha de sangre sobre la nieve. ¿A lo mejor un venado? No había rastros de nada más que sangre, no había huellas en la nieve, alrededor. Pero lo que hubiera estado allí era pesado, pues la nieve estaba hundida. A propósito, mientras subíamos por la nieve, me llamo la atención que la nieve emitiera un chirrido casi inaudible cuando pisábamos. Me pregunté si en el mundo despierto, la nieve haría ese sonido cuando es muy honda y se comprime.



La persona que me acompañaba se alejó más y de inmediato sentí peligro. Caminaba sin parecer notar, hacia unos cachorros de oso. La madre se encontraba un poco más arriba, cerca rondaba también un macho. Lo cual era una amenaza segura. Probablemente los osos habrían matado y devorado algo en el lugar donde estaba el manchón de sangre.




La persona pasó a centímetros de la madre oso, ésta no se inmutó, era como si no estuvieran en el mismo lugar. Seguramente yo me encontraba también en un lugar diferente al de la persona y a la del oso, pero los tres de alguna manera podíamos entrelazar nuestros pensamientos.

Al llegar a la cima, dejaba de ser invierno para ser nuevamente primavera. Las ruinas de otro tiempo, ahora estaban más completas. Definitivamente parecía la estructura de una vivienda moderna, muy amplia.


Aunque las estructuras estaban desnudas, se distinguía perfectamente el área de cocina y en ella había algunos muebles. Todos se veían impecables, pareciera no estuvieran en la intemperie. Fue todo lo que vimos y decidimos regresar.

Pasó otro “día”. Nuevamente nos reunimos. No nos podíamos ver, ni oír. Pero nos sentíamos y podíamos entrelazar nuestros pensamientos.

Inicio una conversación mental, en el que la persona me transmitía imágenes del cerro y de la casa, había hecho varias visitas y en cada visita la casa estaba más completa. La cocina fue lo primero que se terminó. En cada visita se cocinaba algo cálido, de lo cual esta persona se había estado alimentando. Aunque fue una conversación sin palabras, la persona se deleitaba con la idea de regresar cada vez para saber que se estaría cocinando en aquella estancia. 

Le había advertido que no me parecía prudente irrumpir en una casa, sobre todo sí se sospechaba que estaba habitada. La persona dijo que vivía allí solo un muchacho como de 18 años, que no le preocupaba mucho el compartir la comida.

Este ser tenía hambre, me insistió para acompañarle y disfrutar de la compañía y los manjares.

Ahora más livianos ambos, más etéreos, llegamos al lugar. Donde otrora se cernían ruinas y naturaleza, ahora se levantaba una hermosa residencia, llena de mármoles, columnas de ónix negro, aplicaciones de oro en los marcos de las ventanas.

Nos adentramos en el jardín, que ya era propiedad privada, pero no ingresamos a la casa. 

Toqué una pared para buscar quién estaba en la casa. Llegaron las imágenes de las que mi compañero me había hablado. Un muchacho de 18 años, cabello negro, bastante delgado. De personalidad floja y alivianada. Varios jóvenes visitaban la casa. ¿Fiestas? A veces se quedaban a dormir allí, pero no se veía ninguna otra figura de autoridad. Al menos no ninguna figura paterna como había descrito el muchacho de la arcilla.


Entramos. Las habitaciones eran cálidas, había una chimenea de piedra, con esculturas de marfil. Varios tapetes colgaban por las paredes, obras de arte, Cuarzos y piedras semipreciosas sobre las repisas.

En la cocina, en el horno, algo se preparaba. No olía a nada, ni se podía ver en el interior. Pero mi compañero lo esperaba ansioso. En la casa ingreso el muchacho, nosotros podíamos verle perfectamente, pero aparentemente el solo nos adivinaba.

Llevaba una gorra vieja y deslavada, camisa de franela roja con cuadros negros, pantalones de mezclilla nuevos pero muy holgados. Al entrar en la casa se percató de nuestra presencia a lo que dijo:



-      - No te preocupes, ya voy, pronto esta. También quien viene contigo puede comer.

Saco del horno el platillo y lo sirvió en el desayunador de la cocina. Eran Hot Dogs… ¡¿Hot Dogs?! ¡¿En un horno?! No tiene absoluta lógica, pero este mundo no es lógico.

Hot Dogs, se pueden comer en cualquier parte, estos no tenían nada diferente o extraordinario. La persona comenzó a comer con gusto y el muchacho se sentó, dejo unos cigarrillos sobre la mesa, y se desparramo en el asiento. Parecía estarse sobreponiendo de un estado etílico.

Comenzó a comer. No quise probar bocado, pero podía disfrutar de las sensaciones placenteras que experimentaban ambos. La comida de esta manera no tenía sabor. Él sabor consistía en una serie de sensaciones cálidas y relajadas; Llegar a un fuego acogedor, después de haber escapado a penas por minutos de una lluvia torrencial, cerrar los ojos y abandonarse a una buena bocanada de un cigarrillo recién encendido para olvidar absolutamente todo, estar con otro en una amena charla mental silenciosa. 

Encontrarse suspendido en el tiempo, donde no hay preocupaciones ni prisas.


Esto era muy agradable, aun sin probar la comida, podía entender mejor, porque mi compañero se había deleitado tanto con lo simple que se ofrecía en la suntuosa mansión.

Estuvimos acompañando al muchacho, en lo que parecieron varias ocasiones. En sus reuniones con sus amigos, en sus salidas, pero solo teniendo contacto con él dentro de su hogar.

En una ocasión le pregunté sin palabras sobre lo que significaban los regalos que se encontraban sobre un sofá cerca de la chimenea.

-    - Ah, son obsequios de mi padre. Él sabe que han estado viniendo, uno es para tu compañero y el otro es para ti. Mi padre es un ser bastante generoso, de hecho nos ama a todos. Incluso ama a los que apenas le conocen.

Mi compañero aceptó la ofrenda. Los regalos estaban envueltos en esferas de papel, una verde y una roja. Él tomó la roja, no presté mucha atención al regalo, pero parecía como una jaula esférica de oro con detalles en piedras preciosas.



Estaba más atenta al muchacho, quien de pronto cambió su expresión, por una de apuro y tensión.

-       -   ¡Rápido, mi padre ha llegado! ¡Escóndanse!

¡¿Qué rayos?! ¡¿Primero su padre es un amor y ahora tenemos que escondernos despavoridos?! Esto es como el manjar de Hot Dogs, no tiene absoluto sentido. Pero a donde fueres has como vieres. Así que a esconderse.

Yo salí hasta el jardín, pero sentí que no podía salir más allá. Empecé a hacer el sonido de un pájaro, como me recomendó el muchacho. Pero me sentí tonta, porque mi forma era la misma del mundo despierto.
Lo mejor esperar una buena oportunidad para poder salir, por lo pronto deseaba saber cómo era aquel hombre.

Entró por la puerta principal un hombre alto, muy fornido, caucásico. No parecía una escultura griega como predijo el muchacho de la arcilla. Aunque sí era bastante atlético estaba ligeramente pasado de peso, más parecido su físico a un luchador de la AAA. Tenía el cabello rubio, largo a los hombros y rizado, con rayos más claros en algunas partes (evidentemente un trabajo de estilismo), sus ojos eran de un azul muy profundo, su piel estaba enrojecida, parecía que gustaba mucho de broncearse, llevaba una barba de candado, de la cual asomaban algunas canas. Sonreía amablemente, con entusiasmo, dentadura perfecta, absolutamente blanca. Su piel relucía como si se hubiera duchado reciente, aunque no había aroma, estoy segura de que habría inundado la estancia con alguna fragancia muy exclusiva.

Cuando entró su presencia la sentí muy pesada, no porque él fuera “bueno” o “malo”. Solo sentí como si al entrar la gravedad se hubiera vuelto más pesada. Sentí un hueco en el estómago y mucho vértigo. De momento no entendí porque alguien que aparentemente tenía muchas cualidades me hacía sentir así. Lo que me recordó una charla con una amistad, sobre cómo se siente estar enamorado. Pensé entre risas ¿Estoy enamorada? Enamorarse se siente como peligro, como estar frente a la madre oso a punto de atacar.
Me quedé muy quieta esperando, para que no me encontrara, pero desde un lugar que me permitía observar.

Charló con su hijo, primero de cosas banales. Pero iba recorriendo cada rincón. Su mirada se detuvo en los alimentos, se sentía complacido ante los restos. Después se detuvo hacía el sofá con los obsequios y nuevamente sonrió al ver abierto uno, para torcer su boca cuando encontró el que me correspondía cerrado.

-        - Sé que han venido. Puedo sentirlos en cada fibra de mi cuerpo. Sé que han comido y que al menos uno ha aceptado mi ofrecimiento.

-          ¿De qué hablas padre?-

-        -  Sabes de quienes hablo.

Prosiguió a buscarnos sin mucho esmero, y se sentó en el sofá.

-         -  Vamos, salgan, que no hay de qué preocuparse. Son bienvenidos en mi casa y en mi familia. Se han alimentado de mis reservas por lo que son mis amigos. No sean tímidos y salgan, que yo los colmaré de más riquezas, serán como hijos para mí.

Mi compañero se materializó, solo entonces supe que era masculino, inicialmente solo era una persona. Ahora era una figura humana que se deslizó borrosa hasta estar frente a este hombre. No podía distinguir ningún rasgo, sus colores eran muy tenues. Pero parecía ser joven, de la complexión del muchacho.

El hombre lo abrazo, sonrió, miró, como si mirara a su propio hijo. Lo sentó en su regazó para sostener la jaula esférica, y le prometió que le haría sumamente afortunado. Luego volvió a desvanecerse, lo dejé de ver, seguía allí pero era menos fuerte su frecuencia.

El hombre se levantó, aplaudió y dijo:

-         -  Vamos ahora contigo. Sé que estas, no vale lo que mi hijo diga, ni que te escondas, si he fingido buscarte, ha sido mera cortesía, porque sé que estás en el jardín.

-          - Padre no hay nada en el jardín solo un tecolote.

Yo, asustada, traté de hacer el sonido de un buhó, pero solo recordaba los trinos de los pájaros mañaneros. Por lo que fuera de ayudar a ocultarme me delaté más.

-        -   “Tecolote”…, vamos no debes de tener miedo. Tal vez no sepas quien soy, pero mi nombre habla de una familia noble, generosa, de corazón brillante. No has comido de mi mesa y eso me apena terriblemente. Tal vez consideraste una rudeza no comer si no había invitación del anfitrión. Ven come conmigo.

No hubo respuesta, llegó su esposa, hablaron de algo que no entendí bien y volvió a retirarse con su chofer, para otro frenesí de compras.

Volvió a dirigir su pensamiento hacía mí, esta vez sin palabras. Ya se había cansado de esperar, iba a confrontarme directamente. Encontró mi escondite, mi forma era mi forma física. Así que recordar que los tecolotes ululan era en vano. Palidecí, aunque él trató de brillar con tranquilidad y cariño, lo único que deseaba era huir de allí.

Comencé a correr, el hombre caminaba tranquilo, pero con apenas unos pasos, me alcanzaba en mi carrera.

Me estrellé de frente a él, fue como estrellarse en un muro de acero. Su pensamiento dijo 

“Acepta”.

Su hijo grito – Padre es solo un tecolote, déjalo ir.

Al instante me convertí en un ave, en un pajarillo, un gorrión. Como pude salí. Pero tengo la impresión de que él me dejo escapar. Quizá porque no comí su comida, ni acepté sus obsequios.


Volando, ya no me encontraba en un lugar semi domésticado, estaba en una ciudad. Había mucha gente y retomé mi forma habitual.

Una mujer preguntó –Vienes de la casa de los Gr… (no recuerdo el apellido). Eres afortunada, no cualquiera puede ir allí. Si te ha aceptado puedes tener seguridad de que serás muy próspera.-

Muchas personas querían convencerme de regresar, la curiosidad me regreso.




Cuando regresé me crucé por un momento en un lugar que no entendí. Estaba aquel hombre, pero sin una forma humana, era una cosa inmensa de llamas rojas y negras, en una pelea con una especie de muerte de llamas negras y amarillas. Estaban estáticos, pero era evidente que él perdía. Aquella muerte por otro lado, no encontraba la debilidad de esa criatura, lo que impedía terminar la batalla. Pero en una pequeña fracción de segundo yo pude contemplar la debilidad de ese ser. No sentía deseos de usarla en su contra o empujar a favor aquella pelea. La muerte amarilla se dio cuenta de mi contemplación, quiso entrar en mi mente para ver lo que veía y saber lo que sabía.

Esa distracción fue suficiente para que el ser de las llamas rojas y negras diera fin al encuentro.

Me sonrió y se evaporo.

Estaba nuevamente el hombre descansando frente a la chimenea, su hijo charlaba con uno de sus hermanos, al cuál ya no distinguí.

-      -    Me alegra que hayas regresado. No sé porque huyes de esa manera si yo te quiero bien. Eres astuto y fuerte, pero te aseguro que no más que yo. ¿Qué te parece si te propongo un juego?

No respondí, solo deseaba observarlo, pero la idea de jugar si me llamaba la atención.
-          
    - Vas a dejar los tres mensajes que hay en la ventana de la habitación de mi hijo mayor, y los llevarás a mis tres hijos menores. Si mis tres hijos me desconocen por favorecerte, reconoceré tu triunfo.

Volé hacia la ventana en una forma indefinida como neblina. No había nada. Los mensajes estaban allí pero no eran palpables, eran pensamientos dejados allí. A pesar de ello, no los podía leer, era un pensamiento encriptado, solo podía sentir para quién era y donde debía dejarlo.

Me convertí en ave, fui hasta donde se encontraba el menor de sus hijos.

Un niño de seis años, de piel pálida y cabellos dorados.
Entregué el mensaje, el cuál se convirtió en papel a los pies del niño. Este lo leyó y sonrió.

-       -   Lo que me pide mi padre es muy sencillo. Eres solo un gorrión. Iré a casa por mi ave de presa y con eso bastará para eliminarte.


Eso era sencillo para él, así terminaría muy fácil el juego. Un pez… él no quería que el juego terminara, solo quería un pretexto para continuarlo.

Amaba los peces y la vida marina. Un pez tropical me ganó su simpatía, me convertí frente a él y en el aire comencé a flotar a su alrededor.


Él sonrió complacido, comenzó a platicarme sobre la vida marina, mostrándome sus libros y sus dibujos.

-       -   Me quedó de tu lado y votó en contra de mi padre en este juego. Ve ya a dejar los demás mensajes. Yo espero, ahora somos amigos.

El segundo mensaje era para la segunda hija, tendía 9 -10 años. Un sobre se materializó sobre sus manos, lo abrió, después de unos minutos dijo:

-    -      Los juegos de mi padre no son de mi interés. Me da igual si gana o pierde. De hecho inclinaré mi voto al bando ganador, así que vuelve a mí solo si la balanza se ha inclinado a tu favor.

El tercer vástago era una doncella de unos 14 años, a quién me disponía a dejar el mensaje de su padre. Pero antes de hacer cualquier cosa replicó:

-         -  Me niego rotundamente a saber cualquier cosa que tú o mi padre tengan que decirme. Si quieres hablar conmigo deberás tocar mi corazón, pero desde este momento encierro mi corazón dentro de una piedra para que no puedas tocarlo.

El marcador quedaba por ahora empatado, pero debía averiguar cómo llegar a romper la coraza de piedra de la doncella. Empecé a visualizar y a desdoblar mi ser en dos entidades, aparentemente independientes, pero que eran una simple proyección mía.

Cuando de manera abrupta el despertador me jala de regreso al mundo de los despiertos.
Regreso totalmente debilitada y sin energía.

El juego quedo inconcluso…